sábado, 28 de agosto de 2010

La vida después de ti - I

La luz del día desvanecía de a pocos, dándole paso a la luz débil y amarilla de los postes. De pie frente a la ventana de la habitación, Orlando agita impacientemente un vaso de vodka, intentando en vano reconocer algo en esas calles, repletas de siluetas presurosas caminando la noche, que lo ayude a no sentirse un extraño dentro de su propia ciudad. Volvía a Lima luego de diez años, los recuerdos se agolpaban desordenadamente y sin mucha forma en su memoria, de las casas del barrio y de la gente que las habitaba, quedaba nada, edificios, solo edificios y gente nueva por donde enfilara la mirada, en general, como notó en el camino desde el aeropuerto, la ciudad entera había cambiado, sería más difícil encontrar lo que venía a buscar.

Dejando atrás una vida exitosa en Buenos Aires, Orlando volvió a Lima por respuestas, intentando cerrar el pasado que le robó la paz todo este tiempo; hace diez años, en esa misma calle, en donde hoy se yergue imponente el edificio del hotel desde donde observa su antiguo barrio, fue víctima de desamor y olvido, de un: “no te quiero más”, que lo sumió en la más absoluta y putísima pena que darse pueda, con el atenuante de no saber jamás si esto, a pesar de la vorágine de llanto, rabia y confusión en que lo envolvió, fue lo mejor. La vida le había mostrado los dientes en amplia sonrisa, ahora, a diferencia de hace diez años, tenía todo lo que juró conseguir, en plan de demostrarle al mundo y sobretodo a Diana, su ex - novia, de lo que era capaz, más por orgullo herido que por convicción: una carrera exitosa, prestigio, dinero y reconocimiento.

A pesar de ello Orlando, religiosamente a lo largo de todo este tiempo, al caer la noche en su departamento de Puerto Madero en Buenos Aires, jamás dejó de repetir en su cabeza, la escena final de su última y más preciada historia de amor, el instante en el que Diana, sin más explicación que un adiós frío y artero, lo dejó parado con la pena a cuestas, justo ahí, en esa vereda a la que ahora desde la ventana del hotel le clavaba la mirada como buscando algún resquicio de aquel momento, alguna pista de lo ocurrido, algo que le ayudara a comprender lo que sucedió, porqué se había marchado, porqué lo abandonó.

El último sorbo de vodka le quemó las entrañas, un ímpetu extraño le recorrió el cuerpo, la ligera inconciencia que le daba el trago, lo iba empujando de a pocos a empezar su misión, había llegado el momento, a pesar de no tener la más puñetera idea de por donde empezar, decidió salir a buscarla, si algo conocía a Diana, sabría dónde encontrarla, eran solo diez años, total, que tanto puede cambiar la vida en diez años, se repetía como arengándose las ganas, sin caer en cuenta que su propia historia giró ciento ochenta grados en solo diez años, que Lima se había transfomado en una ciudad distinta a la que el dejó en aquel mismo lapso, pero ese valor irresponsable que dá la bebida, sobretodo cuando no se está acostumbrado a ella, le gritaba desde el fondo de su ser, que debía empezar, la vida le debía una explicación y él no daría un paso fuera de esta puta ciudad sin recibirla.

Una vez fuera del hotel, notó que la niebla era más tupida de lo que parecía desde la ventana del sétimo piso, el frío congelaba hasta los huesos, dudó un instante si era conveniente traer algo con que abrigarse, quizá lo necesitaría, era invierno y ya no estaba en Buenos Aires, estaba en Lima, la húmeda, fría y ahora desconocida Lima. Detuvo un taxi, al que subió sin negociar el destino ni la tarifa (en Lima se negocia hasta el asiento en el que se viajará), olvidando nuevamente que ya no estaba en Buenos Aires, donde el taxímetro, bendito taxímetro, te ahorra todo tipo de líos con los hombres de autos amarillos.

Ya en el vehículo, el reclamo del chofer por su forma intempestiva de abordar, le hizo volver inmediatamente y de golpe, a su actual ubicación geográfica: Lima, no más Buenos Aires, maldita sea. Luego de las disculpas de rigor, Orlando pidió ser llevado hasta la Plaza de Armas de Barranco, quince soles (espetó el chofer, con gesto de granuja redomado), ya sin ánimos de regatear y mucho menos de congelarse el culo esperando otro taxi, Orlando asintió con la cabeza a pesar de ser conciente de los casi diez soles de más que pagaría, por veinte cuadras de recorrido.

Orlando tenía un plan de búsqueda, incluso desde antes de salir de Buenos Aires, sabía bien que fichas mover para encontrar a Diana, o al menos eso creyó, sin haber calculado lo peor, ya nadie del barrio seguia dónde el los había dejado. Las plantas tienen raíces, los humanos pies, pensaba mientras revisaba sus gestos en el espejo retrovisor del auto.
...CONTINUARÁ

6 comentarios:

Luna dijo...

Mi querido amigo, espero la segunda parte la tengamos pronto frente a nuestros ojos...mi opinión: encantarora primera parte.
Bien sabes que te haría saber si algo no me hubiese convencido del todo.
Estaré atenta a la continuación de éste lindo relato.

Erick M dijo...

Lo sé queridísima amiga, gracias por leerme y encima darte el tiempo de comentar, la segunda parte ya está en el partidor esperando el click respectivo para ser publicada.

Inma dijo...

Cometemos el error de recordar a los amores perdidos tal y como eran. Este vicio sería una bendición si no nos empeñásemos en lanzarnos en su búsqueda, años después, para darnos de bruces contra la decepción al reencontralos.

"¡Cómo ha cambiado!", nos decimos con tristeza. Pero parte de esta afirmación es incierta. Porque tampoco nosotros somos ya los mismos...

Erick M dijo...

Ya llega la segunda parte.

Inma dijo...

Ya; yo ya te he hecho la tercera...

Erick M dijo...

Gracias mina, te pasaste, como siempre jajaja.