lunes, 30 de agosto de 2010

Las siete palabras, desde mi propia cruz.

En mis ratos más aciagos (abrumado por esa seguidilla ruín de días de la semana infinitos (por laborables y madrugadores) en que me ví envuelto, sin opción a reclamo, hace poco más de seis años, cuando pasé a formar parte de la orgullosa y pundonorosa (¿?) masa laboral peruana), y en momentos en los cuales, las ganas me abandonan dejándose ganar terreno por el aburrimiento, la desidia y el desgano, (digamos, como a las ocho y media de la mañana de todos los lunes a viernes) viendo a mi lado, la vida pasar, encerrado en una oficina de dos por medio (literal y metafóricamente), lo primero que se pone en el tambor de revólver en que se convierte mi lengua, como una bala afilada apuntando al cielo, ansiosa por dispararse en busca de una respuesta, es la cuarta frase dicha por Jesús en la cruz: “Dios mío, ¿porqué me has abandonado?.

En medio de aquel desmadre mañanero, metafísico, religioso, existencial, y sin nada que hacer por ser un lunes de esos casi felices en los que no hay chamba acumulada, la conexión a internet de la oficina es impoluta y la vocación de cronista (obviamente frustrado) se mezclan con la frase de Cristo, nuestro señor, es que termino envuelto en la creación de un post que quizá para algunos sea una blasfemia, una falta de respeto o simplemente una mierda mal escrita, pero que a mi, me servirá como catarsis, como terapia o, mejor aún, como escudo de protección ante la mirada de mi jefe (pensará por mi gesto circunspecto mirando el monitor y tecleando fervorosamente (sin imaginar siquiera mi verdadero propósito: googlear las siete palabras de Jesús en la cruz y el orígen de la palabra trabajo en horas también de trabajo, además), que me desvivo redactando algún informe).

TRABAJO: etimológicamente deriva de la palabra tripalĭum (tres palos), tipo de tortura medieval de cuyo nombre en latín se extendió el verbo tripaliāre como sinónimo de torturar o torturarse, palabra que posteriormente mutó en el castellano arcaico a trebejare ya con el significado de esfuerzo, de la que años después surgió la palabra trabajar como sinónimo de laborar.

Reconociendo todos, el calvario de Jesús en la cruz como una tortura y sabiendo ahora, que etimológicamente la palabra trabajo le debe su orígen al nombre (también) de una tortura, es que recuerdo mi frase en forma de bala afilada de las ocho y media de la mañana como una asombrosa coincidencia, la cual emplearé como punto de partida para hacer un paralelo entre mi agonía en un dia de trabajo cualquiera y la agonía de Jesús en la cruz. Con el perdón de los cristianos.

1) Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen : esta primera frase es aplicable en todo el sentido que darse pueda, en el sector público, en el que lamentáblemente trabajo y en el que nadie tiene la más puta idea de porqué está, ni de qué hacer, y si lo saben, no lo hacen notar, no merecen perdón, pero bueno, por bondad cristiana, Padre…ya tu sabes.

2) Hoy estarás conmigo en el Paraíso : es la promesa que le escucho al tic tac de mi reloj cuándo está por marcar la hora de salida, el paraíso es mi cama y en agradeciemineto por no marchar tan lento, llegando a casa, arropo mi humilde Casio, con su franelita de Hiraoka, bajo mi almohada. A golpe de diez de la noche, somos paraíso.

3) He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre : Llegando a casa y hablándome a mi mismo, me presento a mi propia madre, quien me espera en casa con el resumen de las novelas (que no puedo ver por andar de idiota trabajando) y con una sopa a la minuta calientita, haciéndome olvidar el martirio del dia a dia. Te quiero má.

4) Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? : A mí, que me bauticé de niño y sin que me lo preguntaran siquiera, a mi, que hice la primera comunión con quema de pecados y todo, a mi que estudié en colegio de curas, que fui boy scout y canté en el coro de la iglesia frente a mi casa, a mi que actué de Mateo en semana santa y aguanté que me hicieran el lavado de pies frente a cientos de viejas morbosas, a mi, a tu hijo que no toma, no fuma ni baila pegadito, ¿por qué me has abandonado?, y aquí todavía, en el sector público.

5) Tengo sed : para ser sincero, esta frase viene a mí sólo los fines de mes cuando ni siquiera puedo pararme al comedor de la oficina a tomar un té, debido a la cantidad de trabajo acumulado y para ahorrar en idas al baño además, realmente, son días de mucha sed.

6) Todo está consumado : ésta también es de fin de mes, cuando comparo el sueldo con los pagos de tarjetas de crédito, dando como resultado un número negativo. Todo está consumado y también consumido.

7) Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu : ésta de aquí, es mera consecuencia de la anterior y con la cual, ya tengo podrido a mi viejo. Rumbo a su habitación, para pedirle un préstamo de hombre a hombre, voy carraspeando para endulzar la voz y practicando el gesto, pongo cara de hijo niño y repito en tono consternado y melancólico la letanía de todos los meses: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, que si no, todos los bancos del Perú vendrán a empapelarte la puerta.

sábado, 28 de agosto de 2010

La vida después de ti - I

La luz del día desvanecía de a pocos, dándole paso a la luz débil y amarilla de los postes. De pie frente a la ventana de la habitación, Orlando agita impacientemente un vaso de vodka, intentando en vano reconocer algo en esas calles, repletas de siluetas presurosas caminando la noche, que lo ayude a no sentirse un extraño dentro de su propia ciudad. Volvía a Lima luego de diez años, los recuerdos se agolpaban desordenadamente y sin mucha forma en su memoria, de las casas del barrio y de la gente que las habitaba, quedaba nada, edificios, solo edificios y gente nueva por donde enfilara la mirada, en general, como notó en el camino desde el aeropuerto, la ciudad entera había cambiado, sería más difícil encontrar lo que venía a buscar.

Dejando atrás una vida exitosa en Buenos Aires, Orlando volvió a Lima por respuestas, intentando cerrar el pasado que le robó la paz todo este tiempo; hace diez años, en esa misma calle, en donde hoy se yergue imponente el edificio del hotel desde donde observa su antiguo barrio, fue víctima de desamor y olvido, de un: “no te quiero más”, que lo sumió en la más absoluta y putísima pena que darse pueda, con el atenuante de no saber jamás si esto, a pesar de la vorágine de llanto, rabia y confusión en que lo envolvió, fue lo mejor. La vida le había mostrado los dientes en amplia sonrisa, ahora, a diferencia de hace diez años, tenía todo lo que juró conseguir, en plan de demostrarle al mundo y sobretodo a Diana, su ex - novia, de lo que era capaz, más por orgullo herido que por convicción: una carrera exitosa, prestigio, dinero y reconocimiento.

A pesar de ello Orlando, religiosamente a lo largo de todo este tiempo, al caer la noche en su departamento de Puerto Madero en Buenos Aires, jamás dejó de repetir en su cabeza, la escena final de su última y más preciada historia de amor, el instante en el que Diana, sin más explicación que un adiós frío y artero, lo dejó parado con la pena a cuestas, justo ahí, en esa vereda a la que ahora desde la ventana del hotel le clavaba la mirada como buscando algún resquicio de aquel momento, alguna pista de lo ocurrido, algo que le ayudara a comprender lo que sucedió, porqué se había marchado, porqué lo abandonó.

El último sorbo de vodka le quemó las entrañas, un ímpetu extraño le recorrió el cuerpo, la ligera inconciencia que le daba el trago, lo iba empujando de a pocos a empezar su misión, había llegado el momento, a pesar de no tener la más puñetera idea de por donde empezar, decidió salir a buscarla, si algo conocía a Diana, sabría dónde encontrarla, eran solo diez años, total, que tanto puede cambiar la vida en diez años, se repetía como arengándose las ganas, sin caer en cuenta que su propia historia giró ciento ochenta grados en solo diez años, que Lima se había transfomado en una ciudad distinta a la que el dejó en aquel mismo lapso, pero ese valor irresponsable que dá la bebida, sobretodo cuando no se está acostumbrado a ella, le gritaba desde el fondo de su ser, que debía empezar, la vida le debía una explicación y él no daría un paso fuera de esta puta ciudad sin recibirla.

Una vez fuera del hotel, notó que la niebla era más tupida de lo que parecía desde la ventana del sétimo piso, el frío congelaba hasta los huesos, dudó un instante si era conveniente traer algo con que abrigarse, quizá lo necesitaría, era invierno y ya no estaba en Buenos Aires, estaba en Lima, la húmeda, fría y ahora desconocida Lima. Detuvo un taxi, al que subió sin negociar el destino ni la tarifa (en Lima se negocia hasta el asiento en el que se viajará), olvidando nuevamente que ya no estaba en Buenos Aires, donde el taxímetro, bendito taxímetro, te ahorra todo tipo de líos con los hombres de autos amarillos.

Ya en el vehículo, el reclamo del chofer por su forma intempestiva de abordar, le hizo volver inmediatamente y de golpe, a su actual ubicación geográfica: Lima, no más Buenos Aires, maldita sea. Luego de las disculpas de rigor, Orlando pidió ser llevado hasta la Plaza de Armas de Barranco, quince soles (espetó el chofer, con gesto de granuja redomado), ya sin ánimos de regatear y mucho menos de congelarse el culo esperando otro taxi, Orlando asintió con la cabeza a pesar de ser conciente de los casi diez soles de más que pagaría, por veinte cuadras de recorrido.

Orlando tenía un plan de búsqueda, incluso desde antes de salir de Buenos Aires, sabía bien que fichas mover para encontrar a Diana, o al menos eso creyó, sin haber calculado lo peor, ya nadie del barrio seguia dónde el los había dejado. Las plantas tienen raíces, los humanos pies, pensaba mientras revisaba sus gestos en el espejo retrovisor del auto.
...CONTINUARÁ

martes, 17 de agosto de 2010

La teoría de los rostros.

Un poco de tiempo libre, me hizo dudar al ver diversos tipos de rostros, si el que llevamos con nosotros a lo largo de los años, sobre el cuello, nos viene así por defecto o se transforma con el tiempo, a punta de vivencias, gestos y experiencias, dando como resultado la cara que cargamos indefectiblemente de los veintitantos para adelante, edad aproximada (decisión arbitraria del autor de este mamotreto) en que nuestras facciones se establecen en forma definitiva, con inexorables variantes cronológicas, rumbo a la ancianidad.
Pensé en ello, inmediatamente después de ver a un tipo (empleado público (¡aj!) y sindicalista, además (triple ¡aj!)), cuyo rostro me transmitía sinverguenzura, conchudez de la mala, ignorancia, pero no esa ignorancia que todos tenemos en algún momento respecto de algo, si no, de la peor de todas, de la atrevida, de la que no sabiendo, le importa medio carajo aprender. Debía lo antes posible, resolver esta duda, que ya empezaba a quemar en el pecho, como toda cosa ignorada e inconclusa: ¿las caras son de nacimiento o se hacen con el tiempo?.
Luego de mi, quizá, ociosa apreciación, llevé adelante una mini encuesta (más ociosa aún), entre algunos amigos, que iba así: A la pregunta: Usted considera que el rostro que tenemos es consecuencia de: a) Nacimiento, b) Acumulación de experiencias ó c) Ninguna de las anteriores; obteniendo tras quince encuestados y media hora de trabajo, una rotunda victoria de la opción c), con trece votos a favor y dos carajo, huevadas preguntas, seguro es para tu blog (los cuales asumí como votos viciados), quedándome más intrigado, aún, que cuando empezé mi desvarío, pero ahora, seguro de la necesidad de cambiar algunos amigos.
Tratando de apuntalar una teoría válida, respecto al orígen y/o aparición en el tiempo de los diferentes tipos de rostros (gestos, sería un término más apropiado), y abrumado por los resultados poco auspiciosos de mi encuesta a boca de urna, pensé en los recién nacidos, en los bebés y en los niños, no encontrando en sus caras, alguna señal que denote siquiera una mínima dosis de cinismo, maldad o conchudez en sus almas; fue entonces que, contraponiendo al malbicho empleado público y sindicalista, además (motivo de mi afiebrada teoría sobre la cronología de los gestos) con los niños, llegué a una primera conclusión: así como todos nacemos inocentes, gorditos y tiernos, y el tiempo y la vida se encargan de convertirnos en lo que somos (iguales o peores (nunca se es mejor que un niño)), sucede exactamente lo mismo con los rostros que llevamos puestos, cambian junto a nosotros, y no solo se avejentan, y se resecan hasta agrietarse, sino también, cambian con nuestras actitudes (las buenas, las malas y las estúpidas), cambian hasta hacernos tomar la apariencia de una persona tímida, extrovertida, graciosa, aburrida, despierta, acojudada, inteligente, estúpida, virtuosa, defectuosa, buena gente, conchuda o demás, de acuerdo a como nos vaya en esta feria del Señor.
Dentro de todo este relajo, hueveo, ociosidad, pérdida de tiempo o como se le pueda llamar a mi intento por crear una teoría del porqué cada uno de nosotros tiene un letrero en el rostro que indica a grandes rasgos, y sin márgen de error (en muchísimos casos), el carácter por el que se nos reconoce, recordé a mi adorado Wilde y a su amado Dorian Gray, y como éste, siendo el personaje de una novela de ficción, representa mejor que nadie, la naturaleza humana, la transformación del rostro de acuerdo a nuestros actos y al paso del tiempo.
Probablemente, el empleado público y sindicalista de mierda, además, tuvo en algún momento de su infancia, una cara limpia, una cara buena, la que su propio entorno y posteriores actos y decisiones fueron transformando, hasta adoptar aquel destello a leguas de conchudo y coimero a la vela.
Duda despejada.

viernes, 13 de agosto de 2010

Soltero (in)maduro en el "País de Nunca Jamás".

Tengo una sensación extraña, empiezo a sentirme un solterón maduro, a mis veintiocho junios (abriles me suena cursi), mas no un maricón seguro, y es que sucede lo siguiente: en los últimos seis meses he recibido cuatro partes de matrimonio, igual cantidad de invitaciones a baby showers, tengo las tarjetas de crédito repletas de stickers de “novios puntos”, un amigo en la oficina espera en estos días el nacimiento de su nueva hija (ya lleva dos), algunos otros hablan, con preocupación y anhelo, de los colegios en los que inscribirán a sus hijos el año que viene, sufren las primeras fiebres nocturnas de sus primogénitos, llevan los ojos enmarcados por ojeras gigantescas que delatan la noche de biberones y pañales que vivieron (sobrevivieron, diría yo), me arrinconan, me asustan , me intimidan, me cuestionan, ¿tú, para cuándo? y yo, fuerte y claro: en diez años, y casi susurrando: quizá.

Y, no es que no adore a los niños, los amo, y el sentimiento (creo), es mutuo; amo a los sobrinos de mi novia, a sus primitos, a los míos también, a los hijos de mis amigos, a mis vecinitos, a los que me sonríen en la cola del supermercado, a los que me miran intrigados en los buses, desde la seguridad que dá el hombro de una madre (me los gano con una mueca infalible, la del labio pegado en la nariz y la cara más estúpida que de costumbre), y ellos me aman también, o al menos ríen, no sé si conmigo o de mí, pero a esa edad, dá igual.

No le huyo a los niños, por el contrario, sufro del síndrome de Peter Pan; aún más, si no fuera tan mal y sospechosamente visto el que un hombre se dedique a ciertos menesteres, hubiera sido profesor de educación inicial y anduviera feliz de la vida, a la cabeza de un salón de “pollitos”, “ardillas”, o “conejitos”, convirtiéndolo en mi propio “País de Nunca Jamás”, con espadas, ideas felices y todo. Adoro a los niños, pero exijo solo una pequeña condición, mínima, ínfima, casi imperceptible, que sean ajenos.

Siento que es cruel traer un niño a este planeta hostil, descorazonadamente competitivo, vulgar, vacío de sensibilidad e inteligencia y tan lleno de gente; es por ello que mi misión (autoimpuesta) por el momento o hasta que mi novia diga lo contrario (ya sabemos que las chicas son dueñas y señoras, hasta de las decisiones de uno), conminándome a formar la soñada familia y a dirigir mis afectos mayoritariamente a los hijos propios, es la de hacer felices (en plan Ronald Mc Donald o Patch Adams), a todos los niños que conozca.

Aunque, en el fondo, y pensándolo mejor, luego de cuatro párrafos escudándome en la inmadurez y en la celebración de mi libertad, creo ciertamente ser, un buen papá pero frustrado; sin dejar de pensar en la crueldad de subir un pasajero más a este puto mundo, sé que al final terminaré cediendo a las intimidaciones de mi entorno y sobretodo al corazón de algodón de feria que me acompaña desde que nací, para unirme al club de las ojeras, con mis propios Wendy, John y Michael.

viernes, 6 de agosto de 2010

Rudo vs. Cursi.

Ser indiferente, es rentable sentimentalmente, las chicas prefieren a los chicos malos, el arte de la ausencia es, en el amor, el arte por excelencia, las chicas son como los gatos, si no las persigue un perro, corretean a una rata…añado en estas premisas además, a los chicos.

Me consta en muchos casos y andan por ahí, flotando en el ambiente, éstas y muchas otras aseveraciones con respecto a la preferencia amorosa por los tipos(as) rudos(as), insensibles, de esos(as) que hacen llorar.

En el camino rumbo al amor de tu vida, puedes cruzarte con tipos(as) de las calañas más bajas, de cataduras morales impropias, de perversiones indescifrables, con talento innato para hacer llorar a otros, y morir de amor por ellos(as), además, así como también, en este larguísimo camino, puedes hallar, al, o a la protagonista de telenovela más atento(a), romántico(a) y servicial del mundo entero y mandarlo derechito y sin escalas a la mismísima mierda, por pesado, adulón y cursi.

Es entonces, y luego de la devastadora ventaja porcentual y comprobada de los hijos(as) de mala madre sobre los(as) sensibles buena gente, donde surge la pregunta, ¿qué es lo que en verdad buscamos?, que nos amen, que nos maltraten, ¿nos aburre un amor tranquilo e impasible?, ¿preferimos la ansiedad y por lo tanto la incertidumbre (impredecibilidad le llaman) de un amor no correspondido o correspondido mal?.

La letra manoseada y aprendida de memoria generación tras generación reza: yo quiero alguien “diferente”, refiriéndonos con esto a una persona atenta, mimosa, sentimental y emotiva, la práctica nos demuestra que quizá la verdad sea otra, preferimos una persona “indiferente”, entendiendo por esto: un canalla hijo(a) de mil putas que nos haga llorar.

Queda abierto el debate.

jueves, 5 de agosto de 2010

Desde mi ventana.

Vivo frente a un pequeño parque al que desde hoy, lamentaré ver solo de noche (salgo de casa a golpe de seis de la mañana (en Lima, el cielo es gris siempre, pero más hasta las nueve o diez de la mañana), y regreso a casa golpeado, como a las ocho de la noche).

Escribo que lamentaré no verlo a la luz del día, porque lo que hoy, en obligatorio tiempo libre, trajo el pequeño parque, a golpe de paisajes, desde mi cada vez más fatigada memoria, fue sencillamente sublime.

El preciadísimo tiempo libre que me puso enfrente el destino, Dios, las lamias, Lucifer o a quien se lo deba (gracias por ello), en el que pude ver mi pequeño parque, gente pasar, hojas balanceándose al filo de los árboles, el cielo gris, el aire de húmeda y fresca tarde, la tímida llovizna…en fin, el olor a libertad, fue gracias a una oportuna y bendita gripe, que me cojió de forma repentina, obligándome (¿?) a quedar en casa (dos veces bendita la persona que me contagió).

Sin mayor misión que la de resguardarme del soso y húmedo frío limeño, asomé por la ventana, bloqueando cualquier resquicio de aire helado que pudiera colarse en mi habitación, captando por el rabillo del ojo, la imagen más común y tierna del mundo, que me hizo enfocar en ella completamente la mirada, deteniéndome extasiado a contemplarla, cual vecina chismosa y celestina, transportándome por arte de birlibirloque a mis dulces dieciséis, tiempo en el que el fin del mundo existía en forma de falta de amor.

El objeto de mi mirada nostálgica y atontada era una pareja de escolares, que sin más preocupación que la de prodigarse, mutuas caricias, besos y sonrisas, paseaban su felicidad despreocupada, por todas las bancas del parque, el que gustoso prestaba su paisaje como perfecta escenografía a ese amor primero que todos llevamos en el recuerdo.

Desaparecieron volteando la esquina, asidos fuertemente de las manos, con su amor en ese rato, eterno; momento en el que entró al pequeño parque (escenario de mis recuerdos), un muchacho de unos diecisiete años, despeinado, apurado y con libros en la mano, recordé esa cara, reconociendo inmediatamente en ella (hasta de ojos cerrados, reconocería aquella expresión), el fin del mundo a esa edad: el futuro académico, la etapa que puede hacer de ti, cruel y arbitrariamente, un éxito o un fracaso en la vida, el ingreso a la universidad.

Se esfumó tan rápido como la prisa que llevaba por llegar hacia donde corría, uno sabe de donde viene y quizá a donde va, pero jamás donde te llevará la vida, simplemente corría, lo importante a esa edad es que todos, te vean llegar.

Felizmente abrumado por tanto recuerdo junto, y justo hoy en que me detuve a ver el mundo, en mi pequeño parque, apareció un abuelo, caminando a paso lento y a duras penas, como tratando de alcanzar un sitio desde el cual apreciar el atardecer que ofrece el cielo de Lima a sus sufridos habitantes; al ver sus movimientos lentos, su torpe andar y su soledad, recordé al mio, mi abuelo, que debió andar así sus últimos días, no lo vi, se autoexilió de la familia, siempre dijo que sería mejor así.

Las luces de los postes, empezaron a encenderse, acabando con la magia del parque a la luz del día, dando pase a los amantes nocturnos, afiebrados e impetuosos, a los grupos de muchachos, amigos de la risotada y el bullicio, dando así por terminada mi vista al mundo desde mi ventana y en ochenta minutos; recordé a Quino, el genio detrás de la gran Mafalda, el dijo alguna vez (cito no textualmente, por lo de mi memoria fatigada): deberíamos nacer viejos, con el paso del tiempo hacernos jóvenes y morir de niños. Pensé lo mismo y cerré mi ventana.



miércoles, 4 de agosto de 2010

Bendita Valeriana.

No siendo millonario (malaya mi suerte, carajo), ni muchísimo menos, andar despierto, a las tres de la mañana, leyendo, escribiendo, corrigiendo lo escrito y echando a la basura casi todo lo hecho, puede ser visto como un acto de romanticismo irresponsable, el cual solo puede acarrear dos situaciones: 1) llegar tarde a la oficina en la que trabajo (malaya mi suerte, dos carajos) ó 2) pasar el día entero en estado comatoso, siendo éstas dos, por placenteras, situaciones superlativamente geniales.

Abriendo el abanico de mis posibilidades y no encontrando en él, ni sacudiéndolo como poto de vedette, el más puto atizbo de próxima renuncia laboral, por fortuna o golpe de suerte repentino, y traicionando a mis deseos y a la voz de mi vocación, y para salvarme del desempleo además, emprendí la búsqueda de algún método que ayude a mitigar mi falta de sueño en esas noches aciagas pero felices en las que voy haciéndome un camino pequeñito, discreto, ridículo, casi insignificante, rumbo a mi sueño de poder colocar en el espacio en blanco de los mil y un formularios que llenamos a lo largo de la vida: OCUPACIÓN: (al fín y con toda la concha del mundo) Escritor.

En esa búsqueda, aprendí de pastillas (benzodiasepina, trazodona, orfidal, rivotril, etc.), poses yoga (acroyoga, ashtanga yoga, hatha yoga, bikram yoga, etc.), brevajes, recetas ancestrales, emplastos de albahaca, girasol y otros menjunjes, ejercicios de respiración y de los de relajación también, rezos, oraciones, pactos y todo lo que un cerebro en ebullición a las tres de la mañana puede encontrar en internet para favorecer el sueño y…¡me lleva un carajo partido por la mitad!, nada sirvió.

Felizmente resignado a mi insomnio creativo (¿?), pasé largos meses disfrutando mi estancia al borde del despido laboral (por lo de las tardanzas y el estado comatoso casi diario), hasta que sucedió, como siempre (la sabiduría del pasado), conseguí la solución de boca de una viejecita, linda, sabia, Phd en ramas, tallos, raíces y todo lo que el suelo ofrezca, la tía (mi tía) Amandita.

- Tintura de valeriana hijito – recetó–, cincuenta gotitas en un tecito calientito, media horita antes de dormirte y ¡zas!, buenas noches los pastores, asunto arreglado.

Cuanta razón Amandita. Me reiniciaste al mundo del sueño perdido, en desmedro de mi insomnio creativo (lo único que realmente jode de dormir tan plácidamente), y, sin quererlo (aunque, permíteme una duda en tus deseos, por lo de tu Phd), me sumergiste en la adicción más placentera de la vida entera y a punta de bendita valeriana: dormir sin sobresaltos, escribiendo poseído, en mis ratos de oficina, por el insuflo reparador y creativo que me da la valeriana, que suena a marihuana, solo que mejor.


lunes, 2 de agosto de 2010

Cuando no estés.

Me sentaré en un parque a respirar las calles que harán que te recuerde tanto,
y además por siempre.
Buscaré en las tardes, la sonrisa tuya que hace olvidar al mundo,
el fracaso que soy,
sin ti a mi lado,
la mirada en que existía,
tus labios, que explican la vida, porque soy de donde tu estés.

Pintaré las playas del mundo con tu nombre, para ver si te alcanzo
o si tu me encuentras,
andando por callejas azules, nocturnas, lejanas,
a ojos cerrados, esquivando el recuerdo,
buscando en el mismo silencio,
la razón de tu partida, porque soy de donde tu estés.

Seguiré los vientos gélidos del norte,
ahogando la soledad en el llanto por tu ausencia,
robando a la memoria, cada plaza, cada aroma, cada herida,
en el recuerdo, porque soy de donde tu estés,
y para siempre.