viernes, 3 de septiembre de 2010

La vida después de ti - II

Bajó del taxi y caminó a través de la plaza, veía con amarga nostalgia los bares y restaurantes que le fueron tan lejanos en su adolescencia en la que a duras penas, con algo de suerte y mucho sacrificio, llevaba cinco soles en los bolsillos como presupuesto diario, diez los fines de semana dejando de almorzar un par de dias y a veces hasta quince soles haciendo a pie el camino de la universidad a su casa; cinco soles diarios con los que, a pesar de todo y emulando el milagro de los panes y los peces, siempre alcanzó para aparecer con sonrisa de payaso por la puerta del salón de Diana con un Sublime en la mano.

Tan ensimismado iba en sus recuerdos que al cruzar la pista, ni siquiera sintió el chirriar del auto que casi lo atropella, ¡huevón de mierda!, le gritaron, Orlando, abstraído por completo del momento y con gesto indiferente, asintió con la cabeza en señal de total acuerdo. Siguió su camino, aguzando más la vista en cada paso, como tratando de encontrar a Diana en alguna de las tantas caras que tenía a mano, de pronto y en un ramalazo de lucidez, se sintió absurdo, como carajo pensaba encontrarla en una ciudad tan grande como Lima en la que habían ocho millones de personas y probablemente, cientos de Dianas Temoche en la guía telefónica, y esto último, en caso tuviera una línea a su nombre.

Haciendo cuentas, recién llegado de Buenos Aires, y sin alguien que supiera de su presencia en Lima además, estaba real y fatálmente jodido, sería imposible encontrarla, al menos por hoy.

Recuperada la sensatez y una vez salido del marasmo en que lo mantuvo su andar vehemente, sintió, por fin, el aire frío golpeándole los ojos, decidió ir por un café, subió el cuello de su camisa para emprender la marcha y al bajar la cabeza, como emergiendo del pasado, aparecieron ante sus ojos los escalones aún alfombrados de verde del bar “Santos”, antiguos, lejanos pero presentes, como el recuerdo de los tantos besos que compartió con Diana en aquel mismo lugar, jamás cruzaron el umbral de la puerta, por eso del presupuesto ajustado, pero, cuánta melancolía habitaba aún en aquellos escalones.

Esa misma melancolía le impidió entrar, era demasiado para una noche, no poder encontrarla pero sí recordarla en todos lados, a cada paso que daba, le pareció un poco mucho. Un vodka, necesitaba un vodka, igual al del hotel, mejor dos o los que vengan, ya que importaba, su lucidez lo acosaba, lo acorralaba con recuerdos, era suficiente, sería mejor adormecer la conciencia en un mar de licor antes que seguir así, recordando (y con tanto amor) a quien lo dejó, a la que no le importó dejarlo hecho mierda, quería odiarla, al menos por esta noche, sabía que mañana al despertar seguiría buscándola, hasta encontrarla y preguntarle porqué, para decirle que la amaba, que ahora si, ahora si Diana, amor de mi vida, podemos entrar no solo a este bar, si no a todos los del mundo, al cielo si asi lo quieres, contigo hasta el infierno voy si me lo pides Diana, niña de cabello hermoso, Diana, mi Diana.

Quitó bruscamente los ojos de los escalones, guiando sus pasos en dirección opuesta, con rumbo al bar “Picas”, ahí no habría un puto recuerdo, muy por el contrario, sería el lugar perfecto para odiarla por una noche, al menos por esa noche y si era en brazos de otra mujer, mejor, el odio sería mayor al despertar de madrugada, en algun hotel de Lima, sudoroso y con un cuerpo que, ¡maldita sea!, no será el tuyo Diana, no será tu cuerpo Diana, el que jamás dejaste que sintiera, empiezo a odiarte amor de mi vida, pero sólo por esta noche, te juro que solo por esta noche....CONTINUARÁ