Dios le da barbas al que no tiene
quijada. Y le da carne al que no tiene
dientes, decía mi abuelita. Quizá no sea culpa de don dios. Tampoco es que nos deje muy bien parados esto
de andarle echando la culpa de todo, ¿no?
.
Ya bastante ocupadito debe andar el pobre con los niños del África y con
lo del VIH, y con el problema aquel de los curas violadores, y con el
calentamiento global y sus respectivos terremotos, tsunamis y demás, y con los
diabólicos inventos estos del condón y la pildorita del día siguiente, y tratando que el tal Ratzinger ese no meta
la pata tan seguido ahuyentándole la clientela, y, sobre todo, preparando el
fin del mundo para fin de año. Es decir.
¡No!, no es culpa de don dios. Es culpa nuestra: humanidad inconforme,
desagradecida, fastidiosa y mamarrachenta.
Nunca estamos tranquilos e insistimos en zurrarnos a diario sobre el
último de los diez mandamientos que tanta chamba le costó al buen Moisés
hacernos llegar, soplándose cuarenta días con sus noches arriba de un cerro, el
pobre: “No codiciarás los bienes ajenos”.
Como decía, no es culpa de don
dios, es culpa nuestra: humanidad inconforme, desagradecida y etcétera,
etcétera. No nos resignamos a ser lacios
ni ondulados, queremos ser siempre exactamente lo contrario.
Si tenemos el cabello negro lo queremos
rubio, o rojo, o anaranjado y viceversa.
Si somos muy delgados, nos quejamos, si somos gordos, sin dejar de
masticar, pegamos el grito al cielo maldiciendo al regio, a la regia o a los
dos. Si trabajamos en una oficina, quisiéramos
andarnos las calles y si trabajamos en la calle, añoramos un horario de
oficina. Si somos casados, envidiamos la libertad del soltero y, los solteros
(no siempre), deseamos los hijos, la chimenea y el calor de hogar del
matrimoniado. De niños queremos ser adultos y, ya de adultos, daríamos lo que
fuese por volver a ser niños. Teniendo a
la pareja linda, buena, inteligente, cariñosa, nos quema la entrepierna por la
ruca o por el puto. Si somos chatos: queja.
Si somos altos: queja. Si tenemos auto: "tráfico de mierda". Si viajamos en
bus: "¡Pof!, dios santo, como le apesta el sobaco a este cobrador" y, por si acaso, también: "de mierda".
Nuestro estado natural es la
queja, la inconformidad hacia aquello que no podemos cambiar o que, en todo
caso, no es tan importante cambiar. Dejémonos
en paz un rato, aceptémonos como somos, no trastoquemos lo que no tiene
importancia, dejemos en paz a don dios que ya bastante chamba tiene, sobre todo
con Ratzinger.
VIDEO: CORTESÍA DE UNA GENIALIDAD DEL BUEN MEL BROOKS.
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