sábado, 23 de junio de 2012

Favor de no joder a don dios.


Dios le da barbas al que no tiene quijada.  Y le da carne al que no tiene dientes, decía mi abuelita. Quizá no sea culpa de don dios.  Tampoco es que nos deje muy bien parados esto de andarle echando  la culpa de todo, ¿no?  .  Ya bastante ocupadito debe andar el pobre con los niños del África y con lo del VIH, y con el problema aquel de los curas violadores, y con el calentamiento global y sus respectivos terremotos, tsunamis y demás, y con los diabólicos inventos estos del condón y la pildorita del día siguiente,  y tratando que el tal Ratzinger ese no meta la pata tan seguido ahuyentándole la clientela, y, sobre todo, preparando el fin del mundo para fin de año.  Es decir.

¡No!, no es culpa de don dios.  Es culpa nuestra: humanidad inconforme, desagradecida, fastidiosa y mamarrachenta.  Nunca estamos tranquilos e insistimos en zurrarnos a diario sobre el último de los diez mandamientos que tanta chamba le costó al buen Moisés hacernos llegar, soplándose cuarenta días con sus noches arriba de un cerro, el pobre: “No codiciarás los bienes ajenos”.

Como decía, no es culpa de don dios, es culpa nuestra: humanidad inconforme, desagradecida y etcétera, etcétera.  No nos resignamos a ser lacios ni ondulados, queremos ser siempre exactamente lo contrario.  
Si tenemos el cabello negro lo queremos rubio, o rojo, o anaranjado y viceversa.  Si somos muy delgados, nos quejamos, si somos gordos, sin dejar de masticar, pegamos el grito al cielo maldiciendo al regio, a la regia o a los dos.  Si trabajamos en una oficina, quisiéramos andarnos las calles y si trabajamos en la calle, añoramos un horario de oficina. Si somos casados, envidiamos la libertad del soltero y, los solteros (no siempre), deseamos los hijos, la chimenea y el calor de hogar del matrimoniado. De niños queremos ser adultos y, ya de adultos, daríamos lo que fuese por volver a ser niños.  Teniendo a la pareja linda, buena, inteligente, cariñosa, nos quema la entrepierna por la ruca o por el puto. Si somos chatos: queja.  Si somos altos: queja. Si tenemos auto: "tráfico de mierda". Si viajamos en bus: "¡Pof!, dios santo, como le apesta el sobaco a este cobrador" y, por si acaso, también: "de mierda".

Nuestro estado natural es la queja, la inconformidad hacia aquello que no podemos cambiar o que, en todo caso, no es tan importante cambiar.  Dejémonos en paz un rato, aceptémonos como somos, no trastoquemos lo que no tiene importancia, dejemos en paz a don dios que ya bastante chamba tiene, sobre todo con Ratzinger.


VIDEO: CORTESÍA DE UNA GENIALIDAD DEL BUEN MEL BROOKS.






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