viernes, 13 de abril de 2012

La vida no es una película.

La vida no es  una película, o, al menos no una buena, es solo una comedia  mediocre y de bajo presupuesto. No nos ha sido dado un soundtrack para ninguno de nuestros momentos Kodak, y eso ya deja mucho que desear de los directores, productores o de quién demonios sea el responsable de nuestra triste cinta serie C.  Es decir, es improbable, por no decir imposible, oír la voz de Michael Bolton arrancándose, desgarrada pero oportunamente, con un “When a man loves a woman”, mientras, paseando por una librería y esta vez si de imposible manera, encuentras al amor de tu vida, deslizando distraídamente, y como quien no quiere la cosa, los dedos sobre las tapas de los mismos libros que tú, solo que en sentido contrario, dándote la oportunidad de un cruce de manos, de miradas y de caminos.

Pretender  desconectarse del mundo haciendo un viaje a lo largo de un año y hasta el otro lado del planeta, en plan “Eat, pray and love” es absurdo, ni siquiera un fin de semana completo y ni a Huacho a veces.

No tenemos la suerte de tener un señor Miyagui en el barrio que nos entrene en el duro oficio de la vida, encerando y puliéndole el auto  ni regándole el bonsai siquiera, a lo más, debemos conformarnos con un señor Wilson de vecino que nos joda la vida sin nosotros ser “Dennis, The Menace”, y, por muchísimo menos que eso, nos mande al serenazgo en visita de rutina todas los fines de semana y sin falta siempre que tenemos la "osadía" de invitar a más de cuatro gatos a nuestra propia casa. ¡Turbamulta!, grita el muy huevón.

Antes de los créditos finales, ni sueñes con que el fin de la película serie C es contigo siendo joven, amado, exitoso, millonario y  con una sonrisa Colgate en primerísimo primer plano, ¡no!, ¡qué vá! y, mucho menos contigo descalzo paseando tu dicha inacabable a la orilla del mar con el amor de tu vida (si, ese que no encontraste en la librería) rodeándote el cuello con los brazos en estado de felicidad perfecta luego de sortear todas las vicisitudes del mundo, calculadamente puestas en el camino, por un macabro pero, al fin y al cabo, bondadoso guionista, para resaltar a través de la historia tu integridad, tu fe y, sobre todo, tu superdotada inteligencia, ¡ni lo sueñes!, tu escena final es, en el mejor de los casos:  tú, en rigor mortis, previamente enfermo, y tras una larga agonía, metido en un cajón, haciendo el solitario viaje a las profundidades de la tierra, ni cremado ni esparcido en el océano,  this is too expensive.

En buen cristiano, al final de la película mamarrachenta, nos damos cuenta epifánicamente  que fuimos extras de nuestra propia vida. Que no tuvimos dirección ni producción, que nos equivocamos hasta en los decorados y que nuestro personaje, ni siquiera apareció en los créditos.


1 comentario:

Anónimo dijo...

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