domingo, 18 de diciembre de 2011

Feliz Navidad.

Detesto la Navidad  y  el Año Nuevo, también.  Detesto el ruido, los borbotones omnipresentes de gente, el aire con pólvora, el panetón que engorda, detesto la estupidez del chocolate caliente en plena canícula y, siendo intolerante a la lactosa, la leche que lo acompaña. 

Me indigna que, a pesar de los  iphones, ipads, lcdés, leds, tablets y demás adminículos tecnológicos de los últimos diez años, las lucecitas de mierda de los árboles y de las ventanas sigan sonando igual que hace treinta años atrás, con ese ruido soso, monocorde y por demás aburrido.

Detesto la Navidad y el Año Nuevo, también, por el macabro juego del “amigo secreto”, macabro por el desarrollo del mismo.  No termina de cuadrarme aquello de ir consumiendo y recogiendo regalitos (llámese golosinas, notitas, adornitos) de un conocido desconocido con el que tranquilamente durante el año has podido tener infinidad de desencuentros y al cual le das la oportunidad perfecta de vengarse eliminándote y con tu consentimiento, además, a través de un probable envenenamiento sistemático o mediante brujería con objetos pactados (llámese llaveritos, aretitos, pulseritas, etc.), recuerda: caras vemos…

Detesto la Navidad y el Año Nuevo porque es aquí, durante treintaiún largos días, que es lo que dura el ajetreado diciembre, donde se hace más notoria  la desigual felicidad que embriaga (sí, embriaga, no embarga) al mundo.  Es aquí, en este pelotudo mes, donde la brecha que separa a los que esperan el conteo regresivo hacia la media noche, apoltronados en una mullida sala, o alrededor de una opípara mesa, o de cabeza en la juerga más chic de la ciudad, de los que pasan ese mismo instante respirando alegría ajena, y tal vez inalcanzable, aprovechando el decembrino y por lo mismo falso espíritu samaritano de los cristianos pudientes, vendiéndote chispitas mariposa en alguna esquina, con la cara pegada al vidrio de tu auto, soñando a lo lejos con tener alguna vez la propia, se hace más grande en odiosa comparación con el resto del año. 

Detesto  la Navidad y el Año Nuevo, también, porque en los últimos años, el espíritu navideño que flota a mi alrededor le ha ganado terreno a mi otrora orgulloso y arrogante espíritu Grinch y, una vez disminuido este hasta su mínima expresión, hoy  cargo villancicos en mi reproductor y  los escucho afiebradamente (todo navideño yo) durante todo el navideño mes, llegando en el colmo de la traición hacia mi querido Grinchito a colgar el video Last Christmas en la versión de Wham! (si, la ex banda de George Michael) en mi muro de Facebook amén de en este post, (bien dicen que el fin del mundo está cerca).

Pero, sobre todo, detesto  la Navidad y el Año Nuevo, también, aunque, contrariamente y por ello mismo, cada diciembre me vaya gustando más todo aquello de pasarme una tarde completa de domingo desenredando lucecitas, tragándome el polvo de unos muñequitos de yeso y del amasijo de paja que es ese pesebre que, mamá, ya va siendo hora de cambiar, ¿no crees?.


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