No eres una viejecita tierna, de esas de cabello corto y plateado con arrugas por donde las mires y no quiero y mucho menos creo que alguna vez lo seas (para nosotros, los hijos, sobre todo para los tetudos hombres, ustedes las mamás son inmortales, como Wolverine, de adamantio puro y anti–age, como la crema Nivea). Y así te quiero y te prefiero. De pelo largo, teñido de marrón, castaño o rojo, cada quince días, pero, eso sí, nunca más de dorado como aquella vez, ¿te acuerdas? En serio, nunca más.
No eres una mamá de las de la tele, de esas que te llaman a tomar el desayuno y te esperan en la cocina con el café con leche tibiecito y el pan con mantequilla en las mañanas, odias la cocina y los quehaceres ramplones de la casa, siempre fue así y yo, te quiero más por eso, por tu actitud de salmón, contra la corriente y contra las normas de buena conducta, así que no te quejes, dicen por ahí que lo que se hereda no se hurta.
No te gusta la cocina pero yo muero, mato y no me importa la cárcel si de comer tu lasaña, tu dulce de sémola y tu escabeche de pescado se trata. Cuando me case, ¿me guardas un tapercito?
Siempre me reprochas el que no sepa decir “te quiero” o que, las pocas veces que lo digo, lo haga sin la convicción que el sentimiento amerita y tienes razón, pero no del todo, solo en parte, te equivocas en algo, má, no es que no sepa decirlo, sucede que me cuesta decírtelo a ti. ¿Terror escénico?, ¿timidez filial? Al resto del mundo, decirle que te quiero se me hace facilísimo, o sea, no te doy la razón completa pero si rendida y avergonzadamente. Tú (mejor que nadie) me entiendes.
Haciendo sumas y restas, este texto es mi primer regalo hecho a mano y, sobre todo, a puro corazón desde aquellos lejanísimos días de la casita hecha con palitos de helado o del portarretrato con la foto de tu primogénito con la misma cara de idiota de ahora pero menos viejo y con más te-quiero-mamá en los ojos.
Sé muy bien que estoy en deuda contigo, en infocorp sentimental, no fui un hijo médico y mucho menos uno ingeniero (lo de ser administrador, y ni que hablar de lo de escritor, como que no te cuadra mucho, carrera de vagos que le dices) pero, de esta forma, escribiendo, es como puedo decir que te quiero…mmm…espera, mejor aún, puedo DECIRTE (en mayúscula y negrita) que te quiero y, sobre todo, puedo decirte cuánto es que me gusta llegar a casa y encontrarte, sentadita en el sofá disfrutando de tu décimo quinto vaso de jugo de papaya del día, viendo la televisión, mientras aprovechas los comerciales para ponerme al corriente con lo último de la farándula, y también de la política. Eres mi RPP con jean y pantuflas, que así es como me gusta verte, en pantuflas, disfrutando de tus días y tu bien ganado descanso luego de haber trajinado tanto en esta vida por estos hijos que te salieron medio falladitos pero que, eso sí, te quieren como a nadie, aunque no lo digamos mucho, aunque no lo demostremos siempre.
No eres una mamá de las de la tele, de esas que te llaman a tomar el desayuno y te esperan en la cocina con el café con leche tibiecito y el pan con mantequilla en las mañanas, odias la cocina y los quehaceres ramplones de la casa, siempre fue así y yo, te quiero más por eso, por tu actitud de salmón, contra la corriente y contra las normas de buena conducta, así que no te quejes, dicen por ahí que lo que se hereda no se hurta.
No te gusta la cocina pero yo muero, mato y no me importa la cárcel si de comer tu lasaña, tu dulce de sémola y tu escabeche de pescado se trata. Cuando me case, ¿me guardas un tapercito?
Siempre me reprochas el que no sepa decir “te quiero” o que, las pocas veces que lo digo, lo haga sin la convicción que el sentimiento amerita y tienes razón, pero no del todo, solo en parte, te equivocas en algo, má, no es que no sepa decirlo, sucede que me cuesta decírtelo a ti. ¿Terror escénico?, ¿timidez filial? Al resto del mundo, decirle que te quiero se me hace facilísimo, o sea, no te doy la razón completa pero si rendida y avergonzadamente. Tú (mejor que nadie) me entiendes.
Haciendo sumas y restas, este texto es mi primer regalo hecho a mano y, sobre todo, a puro corazón desde aquellos lejanísimos días de la casita hecha con palitos de helado o del portarretrato con la foto de tu primogénito con la misma cara de idiota de ahora pero menos viejo y con más te-quiero-mamá en los ojos.
Sé muy bien que estoy en deuda contigo, en infocorp sentimental, no fui un hijo médico y mucho menos uno ingeniero (lo de ser administrador, y ni que hablar de lo de escritor, como que no te cuadra mucho, carrera de vagos que le dices) pero, de esta forma, escribiendo, es como puedo decir que te quiero…mmm…espera, mejor aún, puedo DECIRTE (en mayúscula y negrita) que te quiero y, sobre todo, puedo decirte cuánto es que me gusta llegar a casa y encontrarte, sentadita en el sofá disfrutando de tu décimo quinto vaso de jugo de papaya del día, viendo la televisión, mientras aprovechas los comerciales para ponerme al corriente con lo último de la farándula, y también de la política. Eres mi RPP con jean y pantuflas, que así es como me gusta verte, en pantuflas, disfrutando de tus días y tu bien ganado descanso luego de haber trajinado tanto en esta vida por estos hijos que te salieron medio falladitos pero que, eso sí, te quieren como a nadie, aunque no lo digamos mucho, aunque no lo demostremos siempre.